lunes, 6 de julio de 2009

Cosas de perros

A propósito de esto (preámbulo):

"Hola Manuel,
te escribo para decirte que el artículo que publicaste en tu blog sobre los anímales de compañía me cae perfecto hoy, y lo he leído con mucho interés, pues estoy muy enfadada por algo que tiene que ver con el petichismo. Te cuento brevemente: en mi piso de Sarajevo tenemos un huesped canino, una doga argentina, que se quedará con nosotros un par de semanas pues su dueña, amiga de mi compañera de piso, de momento no puede cuidarla. Para que nos situemos, el dogo argentino es un perro de caza y guardián, con un tono muscular de todo respeto y una dentadura como para quedarse quietos y no andarse con tonterías delante de él (http://es.wikipedia.org/wiki/Dogo_argentino). Menos mal que la doga en cuestión es muy buena (no como sus semejantes que por lo visto hacen estragos de niños allá por su país de orígen) y, sobretodo, está deprimida, por lo que es completamente inofensiva. ¿Y por qué está deprimida? Pues porque su dueña ha decidido que no hace ninguna falta sacar a pasear un perro de 60 kilos nacido para el monte, que puede quedarse tranquilamente sentadito en casa al lado del ficus esperando a que ella vuelva de sus quehaceres, y también que cuando dichos quehaceres son demasiados, al perro no le importa en absoluto ser mudado cual paquete postal a otro piso (el mío), total, no se entera. Por deber de información, mejor especifique que la señorita dueña no está de viaje, está aquí, y ayer vino de visita para darle una palmadita en la cabeza a su bestia de la que yo, por ahora, limpio los restos físicos de mi terraza.
Ahora bien, más allá del enfado general, el artículo me hace reflexionar sobre el sentido que puede tener para la mencionada dueña tener un perro cuando, evidentemente, no lleva un estilo de vida adapto a ello. Cabe decir que la chica no lo eligió del todo, pues el perro es lo que le queda de un anterior matrimonio fracasado: el marido se marchó con el perro chiquito y viejo, y a ella le dejó la grande y joven, vaya... Pero lo que me pregunto es ¿por qué no decidir que el perro no le va bien y dejárselo de una vez a alguien que lo trate dignamente? Luego podría comprarse un gato - el animal de compañía de la mujer "emancipada", como decías tú, y de hecho el que yo prefiero - o simplemente una planta, si el tema es dar un toque de color al hogar. Pues tal vez el gato no sirva si el caso al que nos enfrentamos, y arrojo una hipótesis porque la chica no la conozco, fuera el de una persona que necesite saber que alguien depende tanto de ella que si no está, directamente, se deprime. A mi gata le importa un pepino si estoy fuera todo el día, basta con que le deje comida y ella está más que satisfecha; a la perra le duele en el alma cada vez que alguien sale sin ella, llora, sacude el rabo como una desperada como diciendo "mira que simpática soy, voy a portarme bien, sácame sácame". Porque su naturaleza es estar fuera, no dentro. Y sin embargo ella es tan educada como para no estar todo el tiempo dando tumbos en la terraza y ladrando a la luna, ni siquiera se atreve a subir las escaleras para pasear por los dormitorios: ella sabe ya que su lugar es la terraza y el salón, exactamente como las plantas: función decorativa. Y si de vez en cuando llega a hacer sus necesidades en la terraza (siempre porque nadie la saca) las hace en una esquinita, para no molestar. Definitivamente, se porta bien (mejor que su dueña desde luego): no nos recuerda que tan natural podría llegar a ser si sólo lo quisiera, no, ella se sienta educadamente en el sillón y suspira hondo con los ojos tristes. Tan urbana es que sufre del más urbanos de los males: depresión.
¿Volvemos al funcionalismo? No lo sé, pero me parece que la perra sí desempeña ciertas funciones para su dueña: la decorativa ya la hemos mencionado; la de chivo expiatorio quizás, pues es lo que queda de la figura del marido y por eso la trata con suficiencia y se hace rogar. Incluso me atrevería a decir que es un sustituto de las funciones reproductivas, ya que la chica ahora mantiene una relación lesbiana (no sé si esto ha sido la causa o la consecuencia del fracaso matrimonial) y por lo que tengo entendido la fecundación artificial no es muy común en Bosnia; la perra podría ser el hijo que nunca tuvo, que se queda quieto en la cuna mirándola con ojos llenos de amor y súplica, y cuya sobrevivencia está en sus manos (¡qué gran sensación de poder! lástima que el niño pese 60 kilos y tenga unas mandíbulas que dan miedo). Finalmente la perra es la que la hace sentir menos frustrada cuando la novia se marcha de viaje de trabajo a Europa Occidental (Italia, Francia, lo que sea, se ve que pasa a menudo) mientras ella se queda anclada en la alegre localidad de Pale, Republika Srpska. Quizás le alivie saber que hay otra en la casa que lo pasa fatal. Pero al final son más parecidas de lo que ella cree: las dos se quedan encerradas, esperando delante de la puerta a que alguien regrese.

Pd: a todo esto, la perra y yo nos hemos hecho amigas y yo, la a que no le gustan los perros, la trato mejor que nadie aquí.
Ppd: se me ocurrió un relato tremendo de un joven autor canadiense, Craig Davidson, sobre peleas de perros. Acerca de manera increíble al perro y de igual manera aleja de los seres humanos. Está contenido en un libro cuyo título original es "Rust and bone" (óxido y hueso), si lo encuentras en español te lo aconsejo."


Pppd: la foto es de anteayer. hoy por fin brilla el sol incluso en el corazón de los balcanes.

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