Sin plan para Sant Joan.
Y como suele pasar con todas las fiestas mandadas, en las que nos debemos divertir como locos y en las que es obligatorio hacer algo extra-ordinario, no tener programas resulta mucho más divertido y provechoso. Ya me pasó en fin de año y fue re bien, contra todas las expectativas.
.
Pues para este Sant Joan no tenía nigún plan ni las menores ganas de pensar en eso. Después de una semana de estar currando 10 horas por día, encerrada en mis 3 metros cuadrados de recepción y convertida en una fábrica de certificados, todo me apetecía menos preocuparme por la diversión a toda costa, algo que me hubiera obligado a mezclarme a otro millión de personas borrachas haciendo lo mismo. Paso.
Pasarme la mañana tirada en el pasto del parque, leyendo y disfrutando del solecito más briza, me pareció decididamente más relajante.
Irnos de excursión a las afueras de Badalona para reunirnos con los chicos en un lugar insólito, absolutamente más necesario.
Y después de eso, nos pareció bien a todos aceptar la invitación de MD para ir a ver la hoguera tradicional (una de las pocas que el enemigo de toda espontaneidad, aka el Ayuntament, permite todavía que se hagan) en el cruce de Casp con Lepanto.
Resultó ser una elección más que acertada. No tanto por el fuego tan grande en el que la gente iba tirando su pasado (como justamente observaba el Covelo, no iban a tirar su futuro), por las chispas que se levantaban en remolinos en el aire, por el vinito blanco que llevábamos en el bolso y los saltos que pegábamos cuando algún niño hacía explotar un petardo a un metro de nosotros.
Eso fue hermoso.
Pero, ustedes entenderán, difícilmente podía tocarme algo más cómico que ver a mi ilustre director de tesis, con un pedo de los buenos, llenándonos las manos de super truenos y bombas chinas, desplegando una tira de treinta metros de pólvora a lo largo de todo el chaflán, arrastrándonos hasta su casa donde nos esperaba toda la familia al completo (hijas buenorras incluidas), disparando cohetes desde el balcón al grito de "¡tomad jilipollaaaaas!", bailando el twist ante la mirada entre el atónito y el resignado de la esposa, poniendo música a un volumen exagerado (y la atenta hijita lo bajaba) con una sucesión de canciones que incluía el himno de Grecia + la Internacional + James Brown (en orden exacto de aparición) y terminando con una triunfal entrada desde la cocina al salón llevando en equilibrio en la cabeza tres copas de champagne apiladas que, después de un heroico recorrido entre las sillas, terminaron cayendo ruinosamente encima de la pobre hija mayor. No tiene precio.
.
Lo que no se hace para una matrícula de honor.
1 comentario:
noooooooo, no ghe credoooo! matricula de honor asegurada, vecia!!
w il buon MD!
Publicar un comentario