jueves, 6 de julio de 2006

Ay, esos veranos franceses...

Esos veranos recorriendo los pastos de Borgoña mientras escuchábamos a Dire Straits, los tres acinados a duras penas dentro un Dyane azul pitufo...

Paràndonos en algùn claro al lado de una curva para comer pan untado con la vaca que rìe o otro quesito plàsticoso en forma de cubo (sabor a hierbas provenzales, a salmòn o a champignons trifolèes), y eso mismo todos los dìas a la hora de almorzar, porque la cocina francesa es la cocina francesa, dicho està, pero anda vos a pagarte dos veces al dìa durante dos semanas truchas con almendras para toda la familia y luego me contàs, y ademàs qué rico el quesito ese que se derrite con el sòlo contacto con el aire de agosto de la campaña francesa, pero jeje todo rociado por un vino tinto acabado de comprar en alguna bodega cavada en la roca (yo no, yo Perrier, me negaron ese placer) ...ay, Francia...

Y los castillos esos, tan inmensos, tan barrocos, tan perfectamente adherentes a lo que la imaginaciòn colectiva se espera de un castillo: con su salòn de las fiestas, sus torres, su parque, su laberinto, su foso que corre alrededor (y por cierto, adentro normalmentre nadan unos peces rojos tan enormes que si no es que les suministran hormonas deben ser directamente fruto de una mutaciòn). Todo de peli. Y sì, por los prados hay cisnes tomando el sol...

Te acordàs de la duna? La dune vorace, esa exterminada montaña de arena (la màs grande de Europa) que avanza y se come el bosque de pinos (el màs grande de Europa), y rozaba nuestra tiendita allà en el camping donde mi madre cocinaba risotto para la enorme envidia del vecino ciclista alemàn, harto ya de sus latas de albondigas y col, el mismìsimo camping que nos viò ganar unos pasajes de barco para la Isla de los Pajaros gracias a una suberba exibiciòn de rock'n'roll acrobàtico. Qué momentos.

La vieja Francia de las quiches lorraines con queso y panceta, de los mercadillos àrabes en Parìs, de los barcos grandes y chatos por los canales, de los souvenirs de Obelix, de las fiestas de pueblo con las sillas de paja y la parra, del agua Vitelloise, de nuestro pisito en Goncourt del que escuchàbamos la voz grabada del muezzin cinco veces al dìa.

Qué buenos recuerdos...

Qué làstima. Lo siento.

A POR ELLOOOOOOOOS!!!!!!!!!


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